Joyería contemporánea, arte, diseño, artesanía...

1 de mayo de 2009

continuación

Acomodándose nuevamente echa un vistazo por la sala. Su mirada se fija en los muebles que decoran la estancia. Los muebles que compró... ¿Cuánto tiempo hacía ya?.¡Ah, sí ¡. Los compró cuando se mudaron a esta casa. Han vivido en muchas casas antes que aquí, todas de alquiler y casi han recorrido media geografía insular hasta asentarse en la capital. Doña María quiso siempre venir a vivir a la ciudad. En el campo se pasan muchos trabajitos y dolores. Sin contar que a los hijos se les cierran muchas puertas. Le llevó un tiempo lograrlo pero, poco a poco, a fuerza de Letras y de muchas matemáticas, al fin compraron esta casa. Cuando se trasladaron al piso adquirieron este tresillo de escay, la mesa y las sillas del comedor y el mueble del salón donde está el televisor. En él pudo guardar su vajilla antigua y su juego de copas y, más tarde, otra vajilla que le regaló el novio de una de sus hijas. También estrenó alcoba porque la suya de toda la vida ya tenía más bichos que madera. Lo que no compró fueron camas nuevas para sus hijos pero sí mandó a hacer unos roperos empotrados en las habitaciones. ¡Qué bueno aquel tiempo de novedades!.Esta era una buena casa, había acertado comprándola. Hasta tenía dos baños, solana, trastero y dos buenos balcones. Todo seguía en su sitio, incluso la última figurita que trajo de un viaje a la península y colocó encima del televisor. De buena gana quitaba todos los papeles de las paredes y le daba una manita de pintura a la casa. Le parece a ella que todo está algo rancio y las plantas, cada día, más mustias. Al instante se da cuenta que hace semanas ya que no las riega.Como si no recordara su postración, hace un amago de levantarse con la intención de ir hasta la solana a coger la regadera que tiene allí. Apenas apoyó las manos en los brazos del sillón para incorporarse cayó en la cuenta de su incapacidad. Fue como si le tiraran a la cara un jarro de agua fría. A veces es incapaz de comprender su situación. Tan pronto se ensimisma en los recuerdos como se pierde en la oscuridad de su mente, desligándose por completo de su cuerpo. Hay momentos en que se le mezclan visiones y no puede estar segura de cuáles son reales y cuáles no. Le parece estar habitada por otra mujer y hasta cree haberla visto. Casi siempre a través de los espejos cuando se levanta de la cama o cuando sale de la tina. Ve a una mujer delgada, con el pelo encanecido, la mirada entre extraviada y anhelante. No es una mujer vieja, aunque años tiene, sí, pero las comisuras de sus labios hablan más de penas que de edad. Quizás sea una de esas almas que vagan solitarias por el otro mundo, tal vez algún familiar fallecida tiempo antes de que ella naciera. A decir verdad, no recuerda su imagen en ninguna de las fotos que su madre guardaba en el cajón del ropero. Durante toda su vida ha oído cientos de cuentos acerca de difuntos que se presentan a sus particulares con diversos propósitos. Algunos vienen a solicitar el cumplimiento de una deuda o la ayuda que precisan para ellos poderla cumplir y, de este modo, descansar en paz. Otros quieren dar consuelo a sus seres queridos; los había también perdidos, sin saber que estaban muertos; y sabía de algunos otros que solo vienen a joder. Almas demasiado apegadas a este mundo, decía su madre, que lo que desean es seguir disfrutando de los placeres de la vida y se pegan a sus víctimas como si de la sombra se tratara. Pueden lograr enloquecer a las personas, mermándoles poco a poco su fuerza de voluntad y obligándolas a ser sus esclavos.
¡Ay, cómo se le va la cabeza! Mira que si esta señora ha venido desde el más allá para fastidiarla ¡menudo chasco se habrá llevado! La cara se le ilumina con una sonrisa de oreja a oreja.



Carmen Alemán

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